Un día, te levantas de la cama, y absolutamente todo lo que te rodea ha cambiado y se ha vuelto extraño para ti. Imagina la situación… Bajas a la calle; nadie. Claro que piensas en tus amigos y en tu familia… pero todo ha desaparecido y sólo queda una ciudad gris, ajada por un tiempo que aún no ha transcurrido y en la que apenas sale el sol un par de horas al día. Intentas salir de la ciudad y no puedes; te lo impiden la niebla, y un fuego con extraños ruidos metálicos. Pasan días, quizás meses, no sabes exactamente; el tiempo no transcurre de la misma forma que tu recuerdas, y te vas hundiendo en la desesperación. De repente, un día, sin saber por qué, la ciudad parece que cobra vida. Sales, rápido, y… ¡otra sorpresa! Al caminar por esas tristes calles, que se han ido haciendo familiares a la fuerza, te cruzas con seres que parecen salidos de una mente delirante. En tu cabeza cobra fuerza un sólo pensamiento: quiero que todo sea como antes, quiero volver a la normalidad… Finalmente, alguien llama a tu puerta; un anciano con una lámpara, sospechosamente parecido a la figura del ermitaño del Tarot, y pronuncia una serie de frases que más bien parecen un enigma. Dicho de otro modo: no entiendes nada. ¿Qué harías?
Así de inquietante es el inicio de la historia en la que se encuentra envuelto nuestro protagonista. Él, dejándose llevar por el instinto (poco más le queda) decide salir de su letargo para averiguar qué pasa, y, en esas, visita bibliotecas buscando información, tiene encontronazos con extraños seres que pretenden engañarle, pesquisas, interesantes conversaciones … hasta que alguien le habla de un personaje que resultará crucial para la historia: el “Descifrante”.
El autor la define como “obra iniciática”, obviamente, de forma muy acertada. Desde el pistoletazo de salida, la historia recrea los pasos de cualquier sendero espiritual con tradición iniciática. Pero además es capaz de fabricar un relato que imita las grandes obras verdaderas, con un sentido que permite entrever, al menos, tres niveles de interpretación que resultan muy estimulantes durante su lectura. En una primera ojeada, literal, se podría definir como una aventura plagada de seres de corte mitológico occidental, con una narrativa viva rozando el estilo cómic de Marvel. Si nos quedamos en este nivel, que no es poco, estaremos ante una novela entretenida, con muchos momentos emocionantes y otros que nos van a sacar una amplia sonrisa (en algún caso carcajada).
En un segundo nivel, también asequible, se descubren situaciones de denuncia y crítica, a veces un tanto ácida, que reflejan las vivencias del autor.
- La culpa la tiene el Destino -agregó-. Quisiera poder crear mi propio camino…
- ¿No es mejor dejar todo en manos de la Providencia? – respondió el viejo -. No te olvidés que hoy podrías pensar distinto a mañana. El deseo de ayer puede ser el dolor de hoy… […]
Pero si de verdad queremos sacarle el jugo a este libro debemos ir un poco más allá, y no me refiero sólo a leer entre líneas. La cuestión es desvelar la cantidad de símbolos que hay ocultos en todos y cada uno de los personajes y acontecimientos que se suceden sin dar respiro. Las referencias a la tabla esmeralda, obra clave para la Alquimia, se entretejen en la historia con fragmentos de poemas y letras de canciones. También podemos descubrir que algunos de esos seres son la personificación de las emociones del protagonista (como lo serían de las nuestras propias).
Con esta novela de temática inclasificable, aunque predomina la aventura, el autor nos invita a recorrer de su mano un sendero de iniciación, reflejando claramente la profunda reflexión del autor como estudiante espiritual, así como los conocimientos adquiridos durante más de una década de estudio y dedicación a disciplinas como la cábala o la alquimia. Se puede resumir en un intenso viaje hacia el autodescubrimiento en el que nos podemos ver reflejados cualquiera de nosotros; cómo intentamos avanzar en la vida, en un sentido profundo, y cuáles son las fases por las que traspasamos. Como todo es extraño al principio, pero totalmente necesario al final, ya que realizar el trayecto es la vida en sí misma, pero vista desde otro punto de vista.
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